miércoles, 30 de septiembre de 2009

Periodismo musical

Hace unos días, en uno de mis blogs preferidos, Retroklang, se hacía referencia a un artículo, más bien desafortunado, publicado por Vicente Molina Foix en la revista Tiempo y la polémica que a cuenta de él se desató en el blog La Cárcel de papel, dedicado al cómic. En su desproporcionada y algo errática embestida contra el tebeo, Molina Foix tocaba una cuestión que creo en cualquier caso de interés, y es cómo la prensa ha ido reduciendo en los últimos años el espacio destinado a la información cultural (la sección como tal ha desaparecido de muchos medios), desplazando además su foco central de atención de las bellas artes, modernamente consideradas, a todo un entramado de actividades de cierta relevancia social e industrial, como la moda, la cocina o los videojuegos, cuya relación con la idea que de cultura se tenía previa a la posmodernidad resulta cuanto menos discutible, o a otras que, entrando sin duda en el terreno artístico, como el cine o el cómic, han ganado un espacio absolutamente desmesurado a cuenta de la música, la plástica o la literatura, pero no por efecto de sus propios valores estéticos, sino por las imposiciones publicitarias de la poderosa industria del espectáculo.

La cuestión no es baladí, porque este populismo, que sus defensores justifican alegremente desde el punto de vista del relativismo posmoderno, está afectando también seriamente al ejercicio crítico, en mi opinión fundamental para la existencia de una sociedad civil con posibilidades de tener una visión informada, críticamente fundada y no complaciente de la realidad. En el ámbito de la música llamada clásica, la reducción del espacio dedicado a la crítica en los periódicos ha sido especialmente llamativa. En este sentido, yo puedo considerarme un privilegiado, pues Diario de Sevilla ha mantenido casi invariable el espacio destinado a la música clásica (tanto las críticas como mi página semanal de discos), y ello pese al aligeramiento global del periódico. Desgraciadamente no es esta la norma. El Mundo suprimió sus críticas en la edición andaluza en septiembre de 2008 (paradójicamente, se pueden leer ahora reseñas de la actividad madrileña); El País (que nunca tuvo sección crítica en Andalucía) ha reducido muy sensiblemente su espacio para las críticas en el ámbito nacional, y ahora en los estrenos operísticos hay casi más espacio dedicado a la crónica social que a la crítica musical; ABC de Sevilla viene recortando sistemáticamente el número de críticas en los últimos ejercicios y la tendencia seguirá por la misma senda este año; sólo El Correo de Andalucía parece haber reactivado una sección que llegó a suprimir por completo hace unos años. Esto por lo que hace a Sevilla, que es la realidad que mejor conozco, pero en el resto de la comunidad la situación no hace sino decaer, y en otras regiones, incluso en las de mayor producción de conciertos, la crítica musical o ha desaparecido por completo o ha sido relegada a un espacio absolutamente residual y de aparición errática, que el aficionado tiene que rastrear casi con ayuda de una lupa. El efecto de esta situación está siendo demoledor, pues una reseña crítica es, incluso antes que un juicio más o menos afortunado, la información de que un acto cultural ha tenido lugar, y sin la difusión sobre las actividades desarrolladas, las entidades organizadoras, compañías, teatros, orquestas, grupos y profesionales del sector decaen sin remedio. Las quejas en este sentido son desde hace meses bien conocidas por los que nos dedicamos a esto.

La cuestión tiene desde luego mucho mayor calado que el que yo apunto en este escueto comentario, que escribo aprovechando el artículo que hoy dedica al asunto Antonio Muñoz Molina en El País. Cierro con una de sus frases, que me parece el mejor resumen posible para la situación de una realidad que está llegando a un punto en que puede convertirse en socialmente peligrosa
: "Sin periodismo cultural serio no hay cultura democrática".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te recomiendo un libro divertido: Cultura para personas inteligentes, de Roger Scruton, en Península.